BUENOS AIRES.- "Eva Perón parecía viva", 56 años después, contó el general de brigada (R) Jorge Dansey Gazcón, jefe de Inteligencia del Estado Mayor del Ejército en 1960, agregado militar en Washington y subdirector a cargo de la dirección del Colegio Militar.
Dansey, retirado a principios de 1970, relató por primera vez que estuvo al frente de un grupo comando antiperonista que, por decisión suya, se llevó el cadáver de Eva desde la CGT una medianoche de septiembre de 1955 mientras la Revolución Libertadora derrocaba al régimen de Juan Domingo Perón. "Fue entre el 19 y el 21 de septiembre, cerca de la medianoche, y lo hice para proteger el cuerpo contra un atentado. Nadie me lo ordenó, yo tomé la decisión al advertir que el cadáver estaba librado a su suerte", agrega Dansey a sus 91 años, en el diario "La Nación".
Su relato fue refrendado por Oscar Sagastume, uno de los dos comandos civiles que lo acompañaó con otros dos militares. La historia es asombrosa porque los datos ya conocidos indican que fue el novelesco teniente coronel Carlos Eugenio Moori Koenig quien se llevó el cuerpo dos meses después, en noviembre de 1955, iniciando un largo y sinuoso misterio. La historia que cuenta Dansey no figura en los textos escritos sobre el peregrinaje del cuerpo de Evita, ni siquiera en el libro "El caso Eva Perón", las detalladas memorias del anatomista español Pedro Ara, embalsamador y custodio del cadáver en la CGT.
"Su ausencia me obligó a actuar"
"Ara no lo mencionó -sostuvo Dansey- porque lo dejaba en falta, pues en su libro escribió que estuvo oficialmente encargado de conservar y custodiar el cuerpo. No estaba cuando fuimos, y si estaba, se escondió. Su ausencia me obligó a actuar. La ubicación del cuerpo favorecía cualquier ataque desde la calle, y las sustancias químicas que contenía habrían favorecido su destrucción. Si Ara hubiera estado, me habría facilitado todo y quizá no habría sido necesario llevarnos el cuerpo".
Dansey señaló que le impresionó la soledad del cuerpo y la pasividad de los dos o tres custodios que miraron el ingreso del grupo comando. "El cuerpo estaba librado a su suerte en el cajón abierto. Ni siquiera la habían llevado al segundo piso, al laboratorio de Ara. El cuerpo corría peligro. Un fósforo habría bastado para inflamar los productos químicos del cadáver", dijo.
Recordó que ordenó poner a los custodios de cara a la pared y le dijo a uno de
los civiles que tapara el féretro y al resto que lo subieran al camión.
Atravesaron las calles desiertas con el cajón a cielo abierto porque el
camión carecía de capota. "En cada esquina esperábamos un ataque de efectivos
advertidos desde la CGT, pero nadie perdió la calma", expresó.
El cajón fue llevado hacia la jefatura del Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE), en Viamonte y Callao.
"Desde afuera ordené despejar la entrada y la planta baja. El ataúd
se subió en un ascensor, casi vertical, al quinto piso, donde estaba el
despacho del jefe. Para darle la mayor de las seguridades ordené
instalarlo en un cuarto que hacía de depósito de papeles, cercano al
despacho de Moori Koenig, a quien recién entonces puse al tanto de lo
actuado. Esa noche la pasé en su despacho. El mío estaba en el sexto
piso. A partir de ese momento ya no tuve la menor intervención", dijo. (Lanacion.com)